Ante él, la habitación número 6. Ahí le esperan. Dubitativo, con golpeteo incierto, el hombre de la gabardina llama a la puerta, toc, toc, toc.
- "Pasa." - una voz responde desde el interior - "Está abierta..., siempre está abierta."
El hombre de la gabardina abre y da una paso hacia adelante. Su figura aparece, como una sombra, enmarcada en la puerta. El anfitrión, sentado elegantemente en un sofá, con una copa de Cognac en la mesilla, le observa con un rictus, apenas una sonrisa condescendiente. Su traje de tres piezas de corte impecable es lo único que ilumina la lámpara de la mesilla.
- "Te estaba esperando".
El hombre de la gabardina no avanza. Se mantiene como una estatua a caballo entre la habitación y el pasillo. Se aferra a la última posibilidad de dar la vuelta y marchar.
Pero sabe que no puede, que no debe.
- "Me dijo Alfredo que querías verme."
- "Así es. Estuvo aquí, conmigo. Pero no me dio lo que yo quería de él. No se atrevió. Pero yo sé que tú eres diferente... Jose, ¿te puedo llamar José?
El silencio del hombre de la gabardina deja implícito el sí como respuesta. Por fin, da un paso y cierra la puerta a sus espaldas. Ya está. Ahora están sólos. Ese hombre y él.

- "Te he traído unos bombones, muy buenos, y flores, son rosas, las más bonitas de mi jardín." - le dice
- "No quiero bombones. Las flores no las desenvuelvas tampoco. Te será más fácil luego llevártelas. A mí me interesan otras cosas que me puedes dar."
La voz cortante, seca, se clava como una helada daga en el ánimo del visitante. Se puede apreciar como sus hombros caen ligeramente, parece, de pronto medir menos, venirse abajo. Sólo sus cejas permanecen erguidas orgullosas de su distinción.
- "Iñi..." - empieza.
El otro le corta.
- "¡Sssss!. Yo, para tí, no tengo nombre. Sólo soy el que pide. Y tú, Jose, el que tienes que dar."
- "Pero," - duda el visitante - "no sé si va a poder ser. Se va a enterar todo el mundo. ¿Qué dirán de mí? ¿Qué pensarán? ¿Y mi amigo Francisco? Le prometí que..."
- "Calla, Jose, déjate de bobadas, déjate de miramientos. Ésto es mucho más importante que Francis, mucho más que cualquier otro. Se trata, tan sólo, de dar y recibir."
- "Pero Francisco no puede, no debe enterarse."
- "Olvídalo, Jose, puede enterarse y lo hará. Y no pasará nada. Él te quiere demasiado. Sabe que, sin tí, no es nada... Pero basta, de palabrería. Espera aquí."
El anfitrión abandona el sofá y se pierde tras una puerta lateral. Jose, se queda sólo en la penumbra, como un niño en el parque que, de repente, descubre que se ha perdido de sus padres.
Cuando se vuelve a abrir la puerta, aparece el otro hombre. Sus elegantes ropas de sastrería han desaparecido. Tan sólo lleva una especie de taparrabos. No sabría como definirlo. Un calzoncillo no es; mucho menos un boxer. Es... una prenda de cuero. En la mano derecha, como cayendo lánguido, un latigo del mismo material.

Pero lo peor es la sonrisa, esa sonrisa de desprecio, y la mirada, hielo, puro hielo.
El hombre se tumba en la cama. Con un gesto pretendida, pero penosamente, erótico, da unos golpecitos en el somier guiñando un ojo al de la gabardina. Éste se hace el remolón. Aún sigue de pies, la frente perlada de sudor.
- "No te hagas de rogar. Ya sé que no es la primera vez que pasas por esto. Hablé con Jose Antonio hace un par de meses. Dice que estuvistéis muy a gusto. No debes preocuparte, Jose. Por aquí han pasado muchos antes que tú, y pasarán muchos después. Es Ley de Vida. Nada más democrático que buscar este "entendimiento" entre distintos."
Poco a poco, vencida cada vez más sus reticencias, sus miedos, Jose va aflojando el cinturón de la gabardina, los botones... La prenda se abre y, deslizándose por sus hombros y espalda, cae hecha un hatillo a sus pies.

No lleva nada debajo.
- "Eso está bien, Jose, tranquilo."
- "¿Y la gente?"
- "Todo esto ya lo saben, Jose, lo nuestro. Nos esforzamos por disimular. Hace unas semanas, nos preocupábamos por mostrar nuestras diferencias. Pero ya sabíamos que ésto iba a acabar así. Incluso recuerdo habérselo leído, ya por entonces, a algún blogger, por ahí. Un tal Ini..no sé qué. Nada que deba preocuparnos."
Jose, por fin, alza la mirada de sus ojos claros bajo sus hermosas cejas. Clava sus pupilas en las de su anfitrión, el que va a ser su compañero, el que va a ser su amor.
- "Tú tranquilo, Jose. Vienes aquí como un cadáver. Un rato conmigo y, si haces lo que pido, te devolveré la vida. Quizá no eterna, pero sí, al menos, para un par de años... Pero, para eso, lo primero es lo primero."
Le coge las manos.
- "Relájate, disfruta."
